(I) Introducción de Gabriel Albiac.
Notas de la introducción de Gabriel Albiac al libro de Toni Negri «Fin de siglo» de 1989 en la edición de Ediciones Paidos y I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona, 1992.
«[…] sólo la referencia fundante a un enigmático ‘interés general’ […] es la condición que permite a un Estado violar cualquier norma sin violar jamas ninguna, puesto que él mismo posee la condición constituyente de toda norma. La razón es, así, siempre suya. Porque el Estado -todo Estado- es, antes que nada, capacidad de producir derecho. Normalidad también, es lo mismo.»
El Estado reposa sobre el terror: «[…] ‘aquellos que no aceptan el miedo ni la esperanza y no dependen más que de sí mismos’ pasan automáticamente a convertirse en ‘enemigos del Estado'» (Espinoza)
«La legitimidad no es sino el nombre respetable, tolerable, de la violencia definitivamente triunfadora.»
«Apostar hoy, en estas postrimeras del S. XX, por una posición materialista no puede, creo, sino ser, una vez más, guerra a muerte contra la desfachatez de quienes siguen empeñados en colarnos de rondón la subjetividad humana como un ‘imperium in imperio‘. […] Frente a la dialéctica, lógica de guerra.»
«Vivimos […] en estas dos últimas décadas del S. XX [a partir del ’68’], el período crucial de lo que Marx hipotetizara como paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el capital. Ello implica necesariamente modificaciones radicales en la relación de explotación y dominio que esta reconfiguración esencial de la relación capital impone. También las formas de resistencia y lucha que a ella se corresponden.»
«No basta, en efecto -escribe Marx- con que aparezcan en un polo las condiciones de trabajo como capital y en el otro polo seres humanos que no tiene que vender más que su fuerza de trabajo. Tampoco basta con obligar a esos hombres a venderse voluntariamente. En el curso de la producción capitalista, se desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y costumbre, reconoce como leyes naturales evidentes las exigencias de ese modo de producción. La organización del proceso capitalista formado rompe toda resistencia; la constante génesis de una sobrepoblación relativa sostiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo y, por lo tanto, el salario, en unos carriles adecuados a las necesidades de valorización del capital: la muda constricción de las relaciones económicas sella el dominio capitalista sobre el trabajador. Sin duda,, se sigue aplicando la violencia inmediata, extraeconómica, pero sólo excepcionalmente. Por lo que hace al curso corriente de las cosas, se puede confiar el trabajador a las ‘leyes naturales de producción, es decir, a su dependencia del capital, nacida de las condiciones mismas de la producción, y garantizada y eternizada por ellas.»
«[…] en esa fase formalizada de la norma-capital, en la que ninguna violencia exterior es ya ontológicamente necesaria, es el propio proletario quien, cada noche, dará cuerda al despertador que le pondrá en pie para volver, cada mañana, a la puerta de la misma fábrica. Esa es la verdadera dictadura de la burguesía.» [El despertador sustituye a la sirena de las fábricas]
«El capitalismo alcanza su mayoría de edad cuando automatiza lo que en el período de la acumulación originaria era simple explotación arbitraria, desposesión salvaje, concentración dineraria al margen de toda regla.»
«El mundo de la subsunción formal del trabajo en el capital hizo definitivamente quiebra a finales de los años sesenta.»
«En la batalla por lo imaginario, en esa sobresaturación de efectos fantasmagóricos de conciencia, se ha jugado en estas dos últimas décadas [años 70-80 del S. XX] el momento esencial de la subsunción real del trabajo en el capital, esa revolución estricta que permite a la relación capitalista de producción y reproducción salir no ya sólo de su prehistoria (acumulación primitiva [originaria]) sino también de su protohistoria (subsunción formal). Si en la primera una violencia decodificada arrancó a las subjetividades de su territorialización precapitalista, si la segunda las normalizó bajo la presión constrictivo-consensuada del pacto, esta tercera fase en la hoy [1992] nos movemos de lleno , para nada precisa ya de intervenciones exteriores: ni decodificadoras ni normativas. […] El despotismo burgués (la dictadura burguesa) en la fase de subsunción real, no conoce más conciencia que el terror de Estado. Fuera de ella, el no-ser.»
«Rechazar todo esto no es un deber sino una necesidad.»